CARMEN T.

JALAR MECATE... Laureano Márquez

Según Mariano Picón Salas, con el lema de “vivamos, callemos y aprovechemos” se consumieron varias generaciones de venezolanos. Se refiere al período gomecista, claro está. Lo trae a colación en un ensayo dedicado al estudio de la importancia de Doña Bárbara y del esfuerzo de Gallegos por romper el letargo de la sociedad pisoteada por el Benemérito.

En todo caso, da cierto consuelo de tontos que este “vivamos, callemos y aprovechemos” no sea propiedad exclusiva de nuestro tiempo. En Venezuela, esa modalidad de vida está siempre acompañada de lo que, criollamente, suele denominarse la “jaladera de mecate” o “jaladera de bola”.

El arte del jalabolismo tiene larga tradición entre nosotros, se cultiva especialmente en aquellos tiempos en los que todo el poder está en manos del pueblo, es decir, de un solo hombre que se hace llamar a sí mismo “pueblo”. La adulación suele ser representada como una mujer vestida de forma elegante, tocando una flauta (música grata a los oídos es la jalada) y rodeada de abejas aguijones en ristre, junto a un fuelle, simbolizando que se apaga la luz de la razón y se encienden las pasiones.

Aunque no lo parezca, adular se convierte en un refinado arte que requiere de tacto y moderación: Una lisonja excesiva puede ofender, una jalada feroz puede lastimar. Por ejemplo, si su jefe dice: “Esta mañana se me ocurrió una idea”, no debe salir usted, de una, a aplaudirle.

Lo razonable es conocer primero la idea y luego aplaudirla porque podrían responderle a uno, como en efecto le respondieron a alguien:

“Pero bueno, chico, cómo vas a aplaudir mi idea antes de que yo la diga, ¿tú eres brujo, acaso, para saber lo que yo estoy pensando?” No es difícil, pues, que el jalador caiga fácilmente en desgracia. Un episodio conocido es el de Nicolás Fouquet, consejero de Estado del rey Luis XIV.

Para la inauguración de su castillo en “Vaux-leVicomte”, este hombre preparó una cena, en honor al Rey, tan magnífica que hasta contrató al celebrado François Vatel (como decir Sumito Estevez, pero francés). La cena fue tan magnífica y la jalada tan espectacular que el Rey se ofendió y no habían hecho la digestión cuando ya Fouquet estaba preso.

Claro que hay que tener en cuenta que Fouquet le estaba jalando a alguien que ya había dicho de sí mismo: “El Estado soy yo”. Es que también hay jalantes osados. Será por situaciones como la descrita que el escritor Paul Ambroise Valéry: “Cuando alguien te lame las suelas de los zapatos, colócale el pie encima antes de que comience a morderte”.

Atención, pues, a lo que la historia aconseja en materia de jalada: moderación. Jaladores: No tenemos nada que perder –y menos las cadenas– y un mundo entero por jalar: jaladores del mundo… uníos.

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