El multisápido gusto de la radio venezolana está en su diversidad
Llevo una semana deleitándome con el dial caraqueño. Con apetito omnívoro he consumido horas de programación radial en el proverbial tráfico capitalino. Digerirlas no ha sido fácil. Como el bufete de un resort en Punta Cana, la radio me ha ofrecido un menú disparejo y rico en calorías: analistas de amplio espectro, imberbes locutores de procaz irreverencia, militantes revolucionarios con discurso pre-formateado, engolados disc-jockeys congelados en los ochentas, nenas con lengua de silicona, historiadores a sueldo del credo bolivariano, y un largo etcétera que por fortuna incluye voces sensatas, honestas e inteligentes.
Si algún espía alienígena orbitando en su platillo volador tuviese que hacer un dossier sobre Venezuela, y para ello debiera valerse de la radio, su confusión sería cósmica. ¿Qué país es este donde el amor por el arpa llanera es obligatorio, las noticias de un apocalipsis endulzan el café, se adoctrina a placer y en cadena y los chicos se enamoran con regeatón? Quizás su informe llevaría por título La hallaca sónica: la psique criolla en las ondas hertzianas. El multisápido gusto de la radio venezolana está en su diversidad. Aquí se escuchan simultáneamente las opiniones destempladas, la salsa brava, la cartilla socialista y el electro dance. AM o FM.
En horario local o nacional. Y la radio, poco a poco y ante las tensiones políticas a las que se ha visto sometida, pareciera estar mostrando su ductilidad. Algunos colegas acusan los golpes propinados por el discurso oficial, y más contundente aún, comienzan a recibir las primeras señales desde el dogout: si queremos continuar en el terreno de juego debemos suavizar el picheo. Es cuestión de tiempo para que muchas emisoras se pinten de zanahoria, limitándose a una dieta sin sal ni colesterol capaz de taponarle las coronarias al corazón gubernamental. La autocensura es un cáncer tenaz.
Ya la televisión sufrió la enfermedad y el resultado ha sido una pantalla condescendiente, con las guerreras excepciones de RCTV y Globovisión. Pero aderece el guiso de la revocatoria de concesiones y el desmontaje de los circuitos radiales con el picante de una ley de delitos mediáticos y la mesa está servida. Con el detalle de que todos los platos tendrán el mismo sabor: miedo y cautela en salsa acomodaticia. Cuando la Fiscal General de un país como Venezuela asegura que es necesario regular la libertad de expresión, ya sabemos cuál es el mensaje. Ponga musiquita, hable de farándula y mándele un saludo al comandante.
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